En los últimos años -¿o igual siglos?-, me atrevería a decir que en todo occidente, las familias han ido delegando, cada vez más, las funciones principales de la educación y la crianza. Así ha sido en general, pero el impacto es mayor aún si cabe para los hombres, quienes, en muchos casos, han terminando por quedar en segundo plano.

La capitalización de nuestro tiempo no ha ayudado -cada vez más horas en el trabajo, cada vez más horas en la escuela-, sino que ha contribuido a alejarlos todavía un poco más del cuidado y la atención a la infancia.

En el momento actual, cuando el grito general es recuperar el contacto con nosotros y nosotras mismas, simplificar, volver a disfrutar de la vida en bruto, sin aditivos, encargarnos de aquello que nos hace humanos, cuidar a nuestras criaturas, vivirlas… Madres y Padres se ven en la orfandad, tienen la intención pero no el ejemplo, saben cómo no quieren criar, cómo no quieren seguir los pasos de las generaciones anteriores, y no encuentran el espejo en el que mirarse.

Sucede así para hombres y mujeres, por supuesto, pero allí donde las Madres deben cambiar las formas, los Padres, en muchas ocasiones, lo que necesitan es recuperar un espacio que no existe en su recuerdo generacional temprano. Recuperar el papel de Padres por encima del papel de Machos. Reconocerse como cuidadores.

La sociedad patriarcal no ha dejado títere con cabeza. Desvirtuó el trabajo de la crianza, desvirtuó los cuidados oprimiendo a las mujeres, utilizando -entre otras armas- el aleccionamiento de los niños, cuyos ejemplos y oportunidades más evidentes les invitaban a alejarse de todo lo emocional y centrarse en la acción. Y nos referimos a esto en un pasado temprano, porque aunque algo está cambiando, el daño es profundo, y crear una nueva base sólida necesita del esfuerzo -y sobre todo de la voluntad- de todos los agentes sociales.

Así, después de largo tiempo de azules y rosas y con la boca llena de «las niñas pueden ser lo que quieran ser», seguimos avanzando despacio. Aún hoy nos encontramos con muchos niños cuyo sistema cerebral, de manera natural, les invita principalmente a la acción como respuesta y que no se ven animados a trabajar desde la sensibilidad y la atención a la propia emoción. Niños a los que nadie saca de su zona de confort, y terminan convertidos en adultos herméticos y alejados de la expresión de su yo más íntimo. Al mismo tiempo, nos encontramos muchos otros niños que, a priori, no tienen dificultad alguna para sentirse y mostrarse desde la emoción más pura, y a los que -por la necesidad de clasificar y dualizar de nuestra sociedad-, por el hecho de ser niños, no se les alienta la sutileza o la delicadeza, niños que aún esta sociedad moderna tilda de femeninos, raritos o maricas, y de los que se espera que aprendan a ocultar sus emociones, a no llorar, a no exagerar, a ser valientes y fuertes…

Y así llegamos a este momento, en el que los Padres y las Madres quieren una crianza revisitada. Una nueva manera de acercarse a la infancia. Un nuevo modelo de cuidados. Y lo hacen sin referentes, ellos y ellas.

Pero muchos de estos Padres, hombres que fueron niños primero, lo hacen, no solo sin referentes, sino también llenos de miedos, de dificultades y sin herramientas. Porque no se las dieron o porque, incluso, les enseñaron a ocultarlas. Porque no se les permitió, ni se les enseñó. Porque nadie les mostró que la expresión de la emoción era valiosa, que los sentimientos hechos palabra tienen fuerza, que desde lo sutil también se actúa. Que la inacción puede, muchas veces, más que la acción.

Porque en la infancia, nos construímos. Acompañar las diferentes masculinidades es imprescindible para el nuevo mundo.Y en esto, está aún todo por hacer.

Feliz día a todos los Padres