¿Cuánto huímos del conflicto?
Así, a priori, si decimos que el conflicto nos gusta, solemos recibir miradas de desconfianza, palabras de asombro o, incluso, alguna que otra sonrisa burlona. Es normal. Suena un poco a canto de sirena.
Pero trabajar como acompañantes, termina trayendo esto, o aborreces el conflicto o le cojes cariño. El conflicto es el motor del cambio, del aprendizaje. Aunque quizá piensas que no estamos entendiendo el conflicto de la misma manera. Veamos…
Pero… ¿a qué llamas conflicto?
Hemos aprendido a huir del conflicto, a temerlo; «no discutas», «no me lleves la contraria», «ya estás contestado otra vez», «¿cuántas veces te he dicho que a los adultos no se les responde?»… Diría que la mayoría de las personas hemos escuchado estas frases en la infancia y, por mucho que nos produzcan rechazo, ahí las tenemos, en nuestro manual de instrucciones. La diferencia de opiniones, mejor con tiento, porque es, cuanto menos, peligrosa. Pero vamos a contarte una cosa… No lo vemos así. Pensamos que el conflicto, en realidad, construye.
El conflicto construye
El conflicto es incómodo. Seguro. Cuando algo nos resulta dificil de comprender, nos resulta incómodo sostenerlo. Es lógico. A algunas personas nos pasa con el llanto, a otras con el drama, a otras con los gritos. Nos cuesta darles sentido, nos remueven, el párpado empieza a latir, se tensa la mandíbula, y tiramos de manual de instrucciones. Y ahí está, lo dice claramente, esto no está bien, huye.
Pero, ojo, ¿qué pasa si no huyes? ¿Y si te quedas? Cuando nos permitimos atender el conflicto sin juicio y con calma, suceden cosas. No os vamos a decir que es magia, porque sería muy pretencioso, pero realmente, tras la tormenta de malestar, donde escuchar a veces no es fácil, las criaturas resuelven. Pero necesitan que les demos la oportunidad. No van a acertar siempre, no van a resolver como tú lo habrías hecho, sus soluciones no te van a parecer justas y es muy probable que siempre se te ocurra un pero, y qué bien que sea así, porque entonces no se quedarán satisfechos y tendrán que probar algo nuevo.
Y es que, la realidad es que el conflicto construye.
Construye límites, porque si algo no nos gusta, y se nos permite hacerlo, ponemos un límite.
Construye intereses, porque activa la curiosidad, ofrece motivación, despierta las ganas de conocer.
Construye autonomía y seguridad, porque nos expone a situaciones incómodas y nos permite tomar decisiones para salir de ellas. Nos deja ver la propia capacidad.
Construye nuevos mundos. Ante una nueva dificultad, necesitamos una solución nueva. ¿Imagináis dónde estaríamos ahora si no hubiésemos resulto los conflictos del pasado? ¿Si hubieramos huído de ellos? ¿Si se hubieran escondido debajo de una alfombra?
Y entonces… ¿dejamos que suceda y listo?
No, lo acompañamos. Retomamos el tema de la seguridad del que hablamos en post anteriores, del mismo modo que estamos al lado de las criaturas cuando están aprendiendo a caminar, debemos estar al lado cuando están aprendiendo a gestionar conflictos. Porque van a caerse, van a hacerse daño, van a llorar y a enfadarse… Y de nuevo, qué bien que sea así. Porque vamos a estar a su lado para acompañar todo ese malestar, para que sepan que siempre van a encontrarnos al lado, para que, si quieren, cuando quieran, pueden volver a intentarlo.
Y cuando no estemos al lado, tendrán un manual de instrucciones del que tirar y, con un poco de suerte, será una versión actualizada y revisada.
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