Ya hemos hablado otras veces de la importancia de la seguridad emocional y de algunos de los errores que cometemos como madres y padres a la hora de proporcionarla a nuestras criaturas. Hablábamos de nuestra responsabilidad como personas adultas y de la necesidad de los límites como herramienta para aportar esta seguridad.

Pero los límites no son solo una herramienta útil para que los niños y niñas sientan seguridad. Son, también, imprescindibles para mantener relaciones sanas entre personas, por supuesto, esto incluye para conseguir vínculos sanos con las criaturas.

Hoy queríamos profundizar un poco más en los límites, porque nuestra experiencia nos ha mostrado que son una de las grandes dificultades con las que las familias y los maestros y maestras se encuentran en su día a día.

Si os habéis educado en una familia restrictiva, donde la autoridad se ejercía desde el abuso de poder, es muy probable que solo el hecho de escuchar la palabra límite os provoque una serie de emociones desagradables, pero esto tiene mucho más que ver con la manera errónea de entender un límite que con los límites en sí mismos.

En primer lugar, es importante entender que el límite se puede poner de manera respetuosa, cuidando, de hecho, un límite que no se pone desde el amor, no es un límite. Los límites son abrazos que cuidan, que protegen, que dan seguridad, y como tales, no se pueden poner desde un lugar de tensión, inseguirdad o enfado.

 

El límite cuida

Si para poner el límite necesitamos usar frases como: «¿me estás tomando el pelo?», «se me está subiendo a la chepa», «no te saldrás con la tuya»… es que no estamos poniendo un límite. Nos estamos defendiendo, vengando o desquitando; y eso quiere decir que no hemos puesto el límite cuando lo necesitábamos. Recurrimos a la venganza, por ejemplo, cuando no hemos sido capaces de auto-respetarnos. Y los límites, al fin y al cabo, son la principal herramienta que tenemos para el autorespeto.

El límite cuida. Cuida al adulto o la adulta, cuida a la criatura; y tiene en cuenta las posibilidades de la situación. El límite protege para que la situación no dañe a ninguna de las partes.

Si hay venganza, si nos estamos sintiendo retados, si hay dolor, necesitamos retirarnos y escuchar qué está sucediendo, porque de otro modo utilizaremos nuestro poder, nuestro autoritarismo -que no nuestra autoridad- para someter, y lo disfrazaremos de límite.

El límite no se pone como reacción a algo, sino que existe previamente, para evitar que suceda ese algo.

«Las personas merecemos respeto, no ser vulneradas». Esto es un límite.

«En casa no saltamos en las camas». Esto es un límite.

«No cruzamos la calle sin una adulta cerca». Esto es un límite.

«Hago quince minutos de yoga al despertar antes de preparar desayunos». Esto es un límite.

En cambio:

«¡A mí tú no me chillas!» Esto NO es un límite.

«Baja de ahí o te enteras…» Esto NO es un límite.

«¡Estás tonto, ¿no ves que está en rojo?!» Esto NO es un límite.

«¡Ya está! Toma tu desayuno, ala, me quedo sin hacer yoga otra vez, ¿ya estás contenta?» Esto TAMPOCO es un límite.

No son límites. Son reacciones.

Son reacciones porque creemos que no tenemos derecho a poner límites, porque no hemos sido claros con lo que se puede o no hacer, porque la madurez madurativa de la criatura no le permite comprender la norma, porque no nos hemos cuidado y hemos estallado…

Hay muchas razones por las que no llegamos a tiempo, por las que no respetamos a las criaturas. Hay muchos motivos y muchas excusas.

La responsabilidad es nuestra, porque somos adultas, pero también porque somos quienes no hemos sabido poner el límite. Afortunadamente, también hay muchas soluciones, y están en nuestra mano.

Podemos informar. Ser claras informando de los límites, tener imágenes que ayuden a integrarlos, explicarlos previamente, siempre que sea necesario.

Podemos cuidarnos. Cuidarnos porque es la única manera de llegar con calma ante las situaciones inevitables. Cuidarnos porque las personas necesitamos cubrir necesidades para no estar en estrés constante, para no reaccionar.

Podemos mantenernos firmes en los límites. No tener miedo de la reacción posterior, no tener miedo de las emociones desagradables que van a atravesar las criaturas cuando la situación no es la que desean. Acompañar su reacción con empatía y amor, todo el amor del mundo, sin sentir culpa por poner un límite.

Podemos acompañar y aprender. Darnos cuenta de cuál ha sido el error, cómo podríamos haberlo evitado, y aprender de ello.

Podemos hacernos cargo. No evadir nuestra responsabilidad. Si hemos permitido que vean un rato más de tv para poder echarnos la siesta, a lo mejor después están más excitadas, y está bien. Es lo que hemos elegido. La MaPaternidad es una elección. Hagámonos cargo.

Y podemos llegar a tiempo. No esperando al último momento, porque llegamos (nosotrxs y ellxs) más cansadxs.

Y, a veces, NO LLEGAREMOS… Y está bien. Nos tendremos que disculpar, abrazar fuerte, y dar -y darnos- el amor que ha faltado. Reparar el daño. Respirar. Y, sobre todo, seguir en el camino.